Alberto Manguel o el lector caprichoso : rumiar la biblioteca

lunes, 26 de agosto de 2013

Alberto Manguel o el lector caprichoso

Alberto Manguel, Una historia de la lectura (1996), traducción de Eduardo Hojman, Barcelona, Lumen (2005)http://www.megustaleer.com/ficha/H415253/una-historia-de-la-lectura

Lectura y más lectura: voluptuosidad de la página bien enriquecida con deliciosas imágenes (al menos en esta edición), libro que uno se llevaría a la cama pero que resulta difícil por su tamaño, por su peso, y ha de recluirse ayudado de una mesa o de un buen almohadón sobre las piernas a modo de mesa (si se elige un sillón), para entregarse al deleite de la anécdota sobre todo aquello que implica y que envuelve el acto de leer.


Rescato deliberadamente un párrafo con el que este blog comparte filosofía:

"Una vez se me ocurrió que sería divertido construir, a partir de esa clase de asociaciones, una historia de la literatura que explorara, por ejemplo, las relaciones entre Aristóteles, Auden, Jane Austen y Marcel Aymé (según mi orden alfabético), o entre Chesterton, Sylvia Towasen Warrer, Borges, san Juan de la Cruz y Lewis Carroll (entre los autores que más me gustan). Me parecía que la literatura que se enseñaba en las escuelas —donde se explicaban los vínculos entre Cervantes y Lope de Vega basándose en el hecho de que compartieron el mismo siglo [...]—, generaba una selección tan arbitraria o tan permisible como la que yo mismo podía crear, basándome en mis descubrimientos a lo largo del tortuoso camino de mis propias lecturas y del tamaño de mis estanterías. La historia de la literatura, tal como estaba consagrada en los manuales escolares y en las bibliotecas oficiales, no me parecía nada más que la historia de determinadas lecturas que, a pesar de ser más antiguas y de estar mejor informadas que las mías, no dependían menos de la casualidad y de las circunstancias."

O este otro, que refuerza la misma idea:

"Sin haber oído hablar del crítico Paul de Man, para quien 'las narraciones alegóricas cuentan la historia del fracaso de leer', coincidíamos con él en que ninguna lectura puede ser definitiva. Con una diferencia importante: lo que De Man veía como fracaso anárquico, para nosotros era una prueba de nuestra libertad como lectores. Si en la lectura no existía nada parecido a una 'última palabra', ninguna autoridad podía imponernos una lectura 'correcta'. Con el tiempo nos dimos cuenta de que algunas lecturas eran mejores que otras: más informadas, más lúcidas, más estimulantes, más agradables, más perturbadoras. Pero aquella flamante sensación de libertad nunca nos abandonó, e incluso ahora, al disfrutar de un libro que cierto crítico ha condenado o al desechar otro que ha recibido cálidos elogios, me parece recordar con gran nitidez aquel sentimiento de rebeldía."

También hay un vídeo por ahí en el que se lo escucha leer, incansable lector, porque si con algo se ha identificado hasta el hartazgo es con esa figura de autor como lector, y con todo lo que eso implica, como glosador, comentador, interpretador, traductor, con la lectura como escritura (Barthes, Borges), y como lector de Borges (remembranza que cuenta o que le incitan a contar en cada entrevista: aquí la escucharemos en francés):




En alguna ocasión le escuché decir que es igual de fácil elogiar a un escritor como destrozarlo, tan caprichosa puede ser la lectura. Pero el crítico sabe bien que tanto si elogia como defenestra, al menos se ha tomado el trabajo de prestarle atención. Y no es poca cosa, teniendo en cuenta la maginitud de las bibliotecas. Y lo dificultoso de elegir autor. Por no hablar de si nos ha gustado: cómo deshacerse de ellos. Eso le pasaba al gran visir al-ahib ibn Abbad Abd al-Qasim, según nos cuenta Manguel, que "con el fin de no separarse de su colección de diecisiete mil volúmenes durante sus viajes, se los hacía transportar por una caravana de cuatrocientos camellos adiestrados para caminar en orden alfabético".

De modo que aquí me tienen, rumiando bibliotecas, a lo Alberto Manguel, caprichosamente. Y me confieso: qué bien sienta cuando se encuentra a otro culpable idóneo, a otro incitador de lo arbitrario con el que justificarnos. 

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