Caterva : rumiar la biblioteca

lunes, 19 de agosto de 2013

Caterva

Juan Filloy, Caterva (1937), Madrid, Siruela (2004)
http://www.siruela.com/catalogo.php?id_libro=682

Siete linyeras, siete sin casa, siete vagabundos, desterrados o desplazados o fracasados medio anarquistas de viaje por Córdoba (Argentina), de periplo interior sin otra razón que la persecución de transgredir costumbres, oponerse a la razón de los hombres de provecho, practicar una profesional filosofía de la limosna y recalcar la importancia del dinero, porque no deja de ser una novela sobre el dinero, sobre cómo se da y cómo se pide. Siete exiliados como representantes del tejido social argentino, con sus hibridaciones lingüísticas propias: el judío del este, el piamontés-gringo, el español, el francés o el alemán.

La primera impresión es de reconocimiento, de recuerdo al revés: ahí Rayuela, ahí Adán Buenosayres, ahí también la costumbre del grupo de amigos a la manera de protagonista coral con sus respectivas idiologías (tan caro a la literatura de la zona: por ejemplo, El sueño de los héroes de Bioy Casares o la película Invasión de Hugo Santiago). Ahí también experimentos collage: recortes de periódico, página a dos columnas para leer casi al mismo tiempo (si pudiéramos desdoblarnos, si la lectura pudiera ejecutarse simultáneamente y simultáneamente entenderla), cuyo propósito es plasmar dos maneras de interpretar (en la psique de un solo personaje) el mismo suceso.

También novela conspiración-denuncia (y casi premonición): sin quererlo, al final de su viaje, los siete linyeras descubren un plan nazi de ocupación de gran parte del sur de Sudamérica:

"Se traslucía ahora la verdad: ¡un plan de apropiación!... ¡del Reich!... ¡un sector del Uruguay!... ¡y las Misiones argentinas!... ¡¡Como si se tratara de territorios africanos!!... ¡No podía dar crédito a la revelación!..."

El humor rabelaiseano-cervantino, el lenguaje tan personalísimo que elabora metáforas con imágenes así de fantásticas:

"La amnesia pasó su esponja por detrás de la frente."

La conjunción de la tradición con lo coloquial, del europeísmo con lo local en frases con una eufonía del todo poética:

"Él lloraba a menudo, con franqueza: para lavar la córnea del polvo trashumante. Y lloraba astutamente, con frecuencia, para lavar el espíritu de turbias picardías. Lo que quiera. No examinaba los coeficientes. Lo importante era llorar. Las lágrimas eran para él el mejor colirio y el mejor lenitivo. Y seguiría llorando, doquiera, ante quienquiera, auténtica, cinematográfica o cocodrilescamente; búdica, sardónica o sarahbernhardtescamente; como Escipión, de gusto, ante la caída de Cartago; como Thiers, de pena, ante la presencia de Bismarck; como Von Moltke, de rabia, ante la derrota del Marne; ni bien la oportunidad se le presentara. ¿No había llorado, acaso, ante el juez de Instrucción de Río Cuarto y ante la evidencia de la muerte de 'Lon Chaney'?"

Rescato también esta propuesta que puede leerse en uno de los recortes de diario:

"El incendio, como obra de arte, es un tema que necesita con urgencia un glosador insigne. Así como Tomas de Quincey escribió un desgarbado libro sobre los aspectos estéticos del asesinato, no vemos por qué no ha de estudiarse la belleza del fuego. Por lo pronto, además de la ventaja de tener un Dios adicto —Plutón— y un mito magnífico como el de Prometeo, una colección deslumbrante de incendios decora 'la negra noche de la historia': desde la pira de Sardanópalo (pasando por el incendio de la biblioteca de Alejandría; el rutilante 'sketch' de Roma, a cargo de ese actor mayúsculo que fue Nerón; el estupendo spiedo de Juan Huss y Juana de Arco; la combustión nazista del Reichstag) hasta el auto de fe de Don Ezekiel Leibowicht a la mesnada de Santa Teresita."


Quizá no sea apto para paladares acostumbrados a la velocidad, a la frase simple y de confección-asimilación rápida; quizá pueda argumentarse que ha envejecido mal. Pero no puede decirse que no rezuma originalidad y que no sorprende a cada frase, que no nos lleva a pasar un buen rato y a recordar lecturas latinoamericanas cronológicamente posteriores, y me permitiré citar aquí la conocidísma frase de Alfonso Reyes: "Juan Filloy es el progenitor de una nueva literatura latinoamericana". No creo ser la única que agregaría: junto con Borges.

Apunte o nota pertinente: ambos admiradores de Marcel Schwob.




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