rumiar la biblioteca: septiembre 2013

lunes, 30 de septiembre de 2013

Daniel Guebel o lo siniestro

Daniel Guebel, El perseguido (2001), Santander, El Desvelo Ediciones (2012)
http://www.eldesvelo.com/El-perseguido

En la línea Copi-Aira, para ubicarse, El perseguido nos narra una buena tunda de sandeces y sinsentidos cuyo único hilo conductor es la huida constante del protagonista, Ferretti, de las Autoridades que presuntamente vienen persiguiéndolo no se sabe desde cuándo. Golpes y retrocesos, sorpresas (cómo se agradecen) por descabelladas e hilarantes situaciones del todo absurdas o ridículas pero sobre todo encantadoras de la imaginación ("El secreto radica en llevar a cabo todo lo que se imagina"), efervescencias del subconsciente que le incitan a desdoblarse constantemente: clones, cambio de sexo, doble cinematográfico, hijo reflejo de sí.

Tentada estuve apenas terminada de someterla a una lectura de tipo psicoanalítica, o para ser más precisa: indagar en ese hilo conductor que mucho se emparenta con una teoría del espejo lacaniana una y otra vez frustrada, y aquella sensación que tan bien nos explicó Freud de lo siniestro: ese doble que es nosotros y que al mismo tiempo desconocemos.

Novela de la identidad, dicen por ahí, e imagino que pretenden decir justo lo contrario: una constante y sistemática ruptura de esa identidad.

En las citas que siguen puede masticarse y degustarse lo que se intuye como ideario narrativo (y ahora que vuelvo a leerlas me parecen bastante siniestras, en el sentido de desdoblamiento un tanto irónico —confieso que producto de verlas juntas como un manifiesto, pero eso es mi culpa— de las tan conocidas morellianas cortazarianas):

"Tal vez, pensó Ferretti, la persistencia de la nota creó por acumulación de repeticiones una cualidad de materia, algo fugaz, un intento. Y la colección de intentos, multiplicados por el tiempo, da por resultado un azar de realidad."

"La función del lenguaje es una sola: generar confusión y volver complejos los nexos copulativos."

"La repetición es la madre del estilo, y el estilo vuelve visible la estrategia de toda ideología, que triunfa cuando se presenta como 'natural'. Si yo repitiera esa frase la suficiente cantidad de veces, usted terminaría convencido de cualquier cosa que dijese luego, simplemente por el peso constante de esa afirmación vacía. Así que, fíjese... al poner en evidencia mi retórica exhibo mi sinceridad. Porque... Porque si va a convertirse en mi cliente, quiero que se entere de los riesgos."

Esa última parrafada aparece bien al principio: quien avisa no es traidor.
Yo seguí leyendo embobada, derramada, pasmada.
El delirio deviene risa contagiosa y el chasquido del lenguaje, puro regocijo.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Andrés Neuman, el heredero

Andrés Neuman, El fin de la lectura, Santiago de Chile, Cuneta (2011)
http://www.editorialcuneta.com/plan-maestro/

El heredero, digo, porque desde luego que se puede afirmar sin temor a equivocarse que Andrés Neuman, al menos hasta el momento, es ese que ha tamizado y nutrido y bien rehecho la tradición boom sur-rioplatense, sobre todo el hilo onettiano-cortazariano-bolañista, como un bañista, y digo esto y pienso en esa pieza maestra incluida en esta selección de cuentos: "Alumbramiento", una delicia, el goce del que hablaba Roland Barthes, porque es texto de placer y de goce, tal y como lo define Barthes, el placer de sentarse a leer en el sillón con la manta y la taza de té y el goce de verse completamente desestabilizado, como si el suelo hubiese desaparecido junto a la manta y al té, y si nos fijamos bien hasta el sillón se ha desmaterializado, de modo que flotamos bien agarrados a las páginas, y no deje usted de leer que si mira allá abajo, aunque la niebla no permita distinguir si es valle, roca o río (ojalá que sea un río bien hondo me digo con la boca chica queriendo mirar aunque sin dejar de inmantar la vista a la letra de acero) y menos mal que me concentré y no miré y sobre todo no me solté, y por eso estoy acá cómodamente sentada escribiendo sobre cómo se vence el vértigo de la página neumaniana.  

Hacia el final de esta selección de miniaturas, dirían los músicos, asistimos a un avance de nuevos textos y otras formas de practicar el vértigo en su propia escritura que resultan estimulantes, porque da la sensación de que su estilo se depura, se torna translúcido y limpio, deviene soplo de algo honesto y cierto.

Dejo aquí para el curioso una interesante entrevista a Roland Barthes del año 1973, cuando ni Neuman ni yo habíamos nacido. Desde luego que al título de la antología, El fin de la lectura (título a su vez de uno de sus cuentos), le iría mejor un vídeo de Blanchot, no lo discuto, y hasta se podrá pensar que utilizo a Andrés Neuman para hablar de Roland Barthes, y puede que sea cierto, aunque no creo que a Neuman le disguste. 



O quizá sea mejor pensar que hablo de Andrés Neuman con la ayuda de Roland Barthes, por eso aprovecho para dejar otro vídeo del amante de las microformas (o las miniaturas), según confiesa él mismo, aunque Roland Barthes esté ya muerto.

http://cervantestv.es/2013/05/30/andres-neuman/



lunes, 16 de septiembre de 2013

Aurora Venturini o el discurso art brut

Aurora Venturini, Las primas (2007), Barcelona, Caballo de Troya (2011)
http://www.megustaleer.com/ficha/ECT94562/las-primas


El arte redime, nos dice Aurora Venturini, y lo dice con suma gracia: la narradora es inútil para todo menos para pintar. Es de aquellas que toman el arte como refugio y también trampolín, como evasión y a la vez maquillaje. Es una de esas a las que se le pegan moscas que ayudan, es cierto, pero al tiempo chupan: la mosca se tranforma en mosquito y Yuna aprende a desconfiar.

La nouvelle es, sencillamente, fantástica: su prosa abunda en pistas por allí desparramadas ("Las ideas se me desparraman cuando intento decribirla, son tantas y tontas..."), el discurso de la boba da cuenta con transparencia de las ridículas convenciones humanas, a las que zambulle en una enorme laguna de sentido del humor, bastante naïf y bien negro. Pero además nos trae todo eso a la superficie ayudándose de su estilo narrativo, de su discurrir página a página. Describe el cómo y lo manifiesta, lo torna cristalino y mágico, es decir, consigue eso tan apreciado y del que solemos disfrutar como enanos: usar el estilo para mostrarnos aquello que pasa.

"Ya dije que por dentro de mi psiquis sabía detalles y formas, que era muy distinta a la boba de afuera que hablaba sin punto y coma porque si ponía punto o coma perdía la palabra hablada. A veces ponía punto o coma para respirar pero me convenía comunicarme de viva voz rápidamente para que me entendieran y evitar lagunas silenciosas que descubrían mi incapacidad de comunicación verbal porque al escucharme a mí misma me confundían los ruidos de adentro de la cabeza y el sibilante fluir de la palabra y quedaba boquiabierta pensando que existían palabras gordas y palabras flacas, palabras negras y blancas, palabras locas y criteriosas, palabras que dormían en los diccionarios y que nadie usaba. Aquí por ejemplo usé comas. Y puntos."

"[...] y digo repitiendo a quienes tengan ocasión de leerme y paciencia al mismo tiempo porque yo misma me oigo y si la palabra escrita es tan fatigantemente bobalicona como la hablada por mí hacia adentro, quien termine esta melopea absurda me maldecirá por el tiempo que le hice perder sin poder negar que no puede dejarme a un lado porque encontró entre mis estúpidas amarguras de amor y muerte muchas de las vividas por sí mismo o misma si se trata de una dama."

A Yuna, el arte y el diccionario consiguen trascenderla.

Y no hago más que preguntarme si aquella Yuna no será un poco (imposible no pensarlo, o al menos desearlo) una Aurora ilusionada y a la que ella misma hace, ficcionándolo, justicia merecida: porque la Aurora silenciada, la de la vida cotidiana, tuvo que esperarse a los ochenta años para ser correctamente publicada y distribuida.
Aunque ella escribía y escribía...

Dejo para el curioso un audio de uno de sus mejores capítulos, por gentileza de Biblioteca Parlante Haroldo Conti:
https://www.youtube.com/watch?v=TcRJHjhtqVI




lunes, 9 de septiembre de 2013

Antonin Artaud o la sabiduría del músculo

Antonin Artaud, Œuvres, París, Gallimard (2004)
http://www.gallimard.fr/Catalogue/GALLIMARD/Quarto/OEuvres9



Había una vez un hombre llamado Antonin Artaud. A veces caminaba con un báculo por las calles de Londres y otras tomaba peyote con los indígenas mexicanos. Construyó una obra polifacética que no muchos se hubieran atrevido a escribir por descabellada, por impracticable. Y por lo mismo, se obsesionó con la pesadez de la materia y con las banales esclavitudes del hombre: el descanso, la comida, la evacuación (Ce qui importe ce n'est pas de savoir comment être, mais comment bien faire caca). 

La culpa de ello la tienen los órganos: esos tiranos cronometran las horas, mientras las fascinantes posibilidades de un cuerpo vacío y unitario quedan fuera del alcance humano.

Artaud se creía Jesucristo: él había venido al mundo para sublimar su cuerpo, para entregarlo en sacrificio y convertirlo en un signo. (Su cuerpo purificado.) 
A la tradicional superioridad de la mente sobre el cuerpo, Artaud contesta con el lema de "los músculos en libertad".

Ce n'est qu'à force de purification et d'oublie que nous pourrons retrouver la pureté de nos réactions initiales et apprendre à redonner à chaque geste de théâtre son indispensable sens humain. 


Hete aquí el Antonin Artaud de los órganos, de la crueldad (entendida como aquella violencia que uno ejerce sobre sí mismo, como por ejemplo —y esto se me ocurre ahora—, el caso de Keith Jarrett —recordemos que debido al esfuerzo y a la aplicación sistemática de la crueldad hacia sí mismo, es decir, la autoexigencia, sufrió un colapso o síndrome de fatiga crónica; además de que su performance tan orgánica puede relacionarse directamente con el teatro del cuerpo, con los fluidos de la improvisación acompañados por el cuerpo, como si tocara con el cuerpo entero, como si el lenguaje musical que traducen sus dedos vinieran directamente del músculo).



Hete aquí el Artaud que practica una poética del cuerpo, entendida como los impulsos del cuerpo, sus razones, su lenguaje (pero no como gestualidad sino como la capacidad del cuerpo en cuanto a sabiduría y en cuanto a la memoria del músculo y a su necesidad).

Asimismo, podríamos hablar de una poética de los órganos o del lenguaje muscular (posiblemente esas glosolalias del final de su vida no son otra cosa que la traducción a palabras de ese lenguaje músculo-emocional), que nace de la sabiduría de la carne, de los fluidos del cuerpo (y aquí la conexión con una posible poética de los fluidos en la escritura de la mujer, ya desarrollado en Hélène Cixous).

Eschuchad un rato, al menos, la conocidísima grabación del año 1947 Pour finir avec le jugement de Dieu:





Antonin Artaud estaba loco. Aquí un parte:
Certificat de transfert pour Ville-Évrard du 22 février 1939
Syndrome délirant de structure paranoïde. Idées actives de persécution, d'empoisonnement, de dédoublement de la personnalité. Revendications multiples, graphorrée. Excitation psychique par intervalles. Toxicomanie ancienne. Puet être transféré.
(Interesante lo de graforrea: Compulsión a escribir continuamente relatos, episodios o poesías de forma incoherente, inconexa y desorganizada.)

Desde su juventud sentía que su mente se diluía y le enloquecía no poder controlar sus pensamientos. Por ello decidió desjerarquizar la dualidad mente/cuerpo y privilegiar la carne, por ello terminó por recorrer el camino inverso: el cuerpo dicta el lenguaje (Quand nous disons quelque chose, c'est elles que nous disons).

Quizá a través del cuerpo podría sentirse dueño de sí mismo.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Del lector como exiliado

La temática sobre el escritor y el exilio es abundante; ahora recuerdo dos textos deliciosos: Múltiples moradas, de Claudio Guillén o Nosotros y los otros de Tzvetan Todorov. Pero ¿qué pasa si pensamos al lector desde el exilio?

¿Qué pasa si abordamos la lectura como una viaje, o mejor, como un haber viajado y haberse instalado en otro territorio (el texto), y desde allí, dentro del texto, entedemos el texto en sí (porque todas las claves del texto suelen estar dentro del texto, las pistas en el escenario del crimen, por usar una metáfora detectivesca), y no como suele hacerse, fuera del texto, frente al texto o, con mayor frecuencia aún, sobre el texto, por encima del texto (de esa manera podemos hablar del gusto, podemos enjuiciarlo según nuestros criterios: la novela me ha gustado, la novela no me gusta en absoluto)?

Porque todo escritor que practique la "literatura de izquierda", según la terminología de Damián Tabarovsky, es decir, la que "sabe que puede fracasar", dejará las pistas que evidencian los materiales con que la obra fue construida, y es ahí donde el lector rumiante debe indagar.

El rumiar se inmiscuye en el texto, no se enfrenta a él, se deja abrazar por el texto, transcurre rodeado por él y espera a comprenderlo, y, sobre todo, espera los disparos de ese texto: los que apuntan a sí mismo (sus claves) y los que apuntan a las tierras de donde venimos (ese nosotros: la tradición literaria en la que estamos inmersos, como lectores, como escritores).

De modo que el lector como exiliado.

Pero no como dijera Roland Barthes, en el sentido de alejado o desterrado o apartado; ni tampoco como sujeto que desea el texto (su objeto) y que se entrega al placer de ejecutarlo, sino como ese que vive y medio está asimilado en una tierra donde no ha nacido, que se ha diluido, que practica ese punto de vista anfibio, que es mitad lector-sujeto y mitad lector-objeto, es decir, que es deseado por el texto mismo, al que aceptamos, al que nos entregamos.