rumiar la biblioteca: diciembre 2013

lunes, 30 de diciembre de 2013

Dorothy Baker y el jazz

Dorothy Baker, El chico de la trompeta (1938), traducción de Ismael Attrache, ilustración de Alberto Gamón, Zaragoza, Contraseña (2013)
http://www.editorialcontrasena.es/book.php?id=32

Tonificante y trepidante novela sobre un joven trompetista de jazz, allá por los años veinte, es decir, casi al comienzo del jazz o cuando la música que era música para bailar comienza a querer ser música para escuchar, o lo que es lo mismo: inicios de la improvisación, o variación de las melodías por todos conocidas.

Dorothy Baker no es ni la mamá ni la tía hermana ni familiar más o menos lejana de Chet Baker, y la novela está inspirada en la figura de Bix Beiderbecke, pero yo me olvidaría de este dato en primer lugar porque no es pertinente a la narración, y, en segundo, porque limita nuestra imaginación y sobre todo nuestras referencias sonoras, y cuando uno imagina a un joven trompetista de jazz a estas alturas, es decir, en 2013, cuando hasta el jazz ha recorrido lo suyo y apenas si sobrevive con respiración artificial y los músicos que lo practican como también los aficionados son algo similar a una reliquia de cuatro chalados dinosaurios, tienes mucho donde elegir, mucho en cuanto a sonido y en cuanto a lo que se entiende por interpretación e improvisación, y quedarnos con Beiderbecke e incluso con los años veinte, nos corta las alas.

Lo cierto es que en mi caso ni siquiera tuve mucho que imaginar, porque mientras leía al otra lado de la casa sonaba You go to my head, canción de 1938, fecha de publicación de la novela, porque fue tarde de sesión de las muchas que acontecen al final del pasillo. Por gentileza del espíritu del solsticio que me trajo a estos intérpretes junto al ambiente de jazz club de los cincuenta que latía entre frase y frase de lectura, linkeo una grabación espontánea que invito a escuchar para seguir leyendo. (Dicen por ahí que es una perla.)



Dicho esto, y jugando con la ventaja de las trompetas que ni Dorothy Baker había siquiera escuchado todavía, aplaudo el tratamiento del asunto: ni tenemos allí el discurso sobre música y en concreto sobre jazz al que estamos acostumbrados en literatura, es decir, el discurso del crítico de jazz, sino que todo lo que allí se cuenta es tan de músicos y tan jazzmen, infundido de ese aire que más tarde descubriremos en las célebres autobiografías de jazz, como la de Duke Ellington, Miles Davis, Chet Baker, Charles Mingus, etcétera, que hasta estoy tentada, si no fuera porque me faltan datos e investigar exaustivamente no me apetece, de afirmar que esta es la novela modelo, novela inauguradora de todo aquello que se relaciona con el contar algo que tenga que ver con este género musical.
Aquí las trompetas o los saxos no chorrean luz dorada ni los toms son posaderas de gordas africanas, sino que más bien leemos cosas de este tipo:

"Y fue allí donde el negro le enseñó al blanco lo que es el ritmo, aunque no de forma teórica. Mediante el ejemplo. 'Fíjate en esto', le decía antes de comenzar uno nuevo. 'Y en este. ¿Esto otro qué te parece?' Le iba presentando ejemplos de su obra, hasta que consiguió que Rick fuese capaz de soltar una carcajada espontánea al descubrir un patrón nuevo, prácticamente imposible de desentrañar, después de eso podía pasar de todo; Rick ya era un hombre marcado, un devoto de la síncopa de por vida." (Un resumen de la historia del jazz, ¿eh?)

"Si buscabas las voces separadas te dabas cuenta de lo bien que lo hacía cada uno, desde luego, pero después dejabas que el oído captara todo el conjunto, y ahí lo tenías." (Explicación bien explícita de cómo se escucha música.)

"Hacer solos sin grandes complicaciones no era una mala idea desde el punto de vista pedagógico; si Jeff lo hubiera razonado, indudablemente le habría dicho que antes de crear algo realmente innovador hay que conocer lo convencional." (Aplicable a todo el arte en general.)

"No se le ocurría el qué; solo pensaba en el cómo." (Esta es la mejor definición de jazz.)

Por lo demás, Baker escribe con elegancia e ironía, dos cualidades estupendas para cualquier novela. Y es novela tan desenfadada y divertida, tan auténtica y fresca, tan poco envejecida que me atrevería a decir que incluso los músicos, si leyeran más, la disfrutarían.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Vila-Matas, lector de Vila-Matas

Enrique Vila-Matas, Fuera de aquí, Barcelona, Galaxia Gutenberg (2013)
http://www.galaxiagutenberg.com/libros/fuera-de-aqui/

Digamos que Fuera de aquí es algo así como Vila-Matas leyendo a Vila-Matas. Con esto me refiero a un escritor (o su estilo), leyéndose a sí mismo. O quizá: desdoblándose y mirándose a un espejo, ¿espejo? No es espejo, es ombligo. O quizá: el dibujo de un ombligo de un presunto Vila-Matas, dibujado por él mismo. Ombligo o espiral, de trazo improvisado o al menos con aspecto de espontaneidad.

Formato blog, me soplan en la editorial. Y yo me pregunto si eso que Vila-Matas llama estilo Vila-Matas, es decir, el metaficcional y autoficcional, el ficcional a secas, digamos, o mejor: el que mete ficción a todo lo que toca (¡y a todo lo que conduce!, sopla otro listillo), no dejará de hacerlo en esta blogentrevista impresa con fotos y fragmentos y textos inéditos (metameditativos), donde la presencia de la realidad (ya que tenemos a un testigo, Gabastou) debería enderezarlo. No sé bien lo que significa enderezar (quizá aderezar), pero lo cierto es que Fuera de aquí es un rizar el rizo. 

Claro, tanto automitografía (como un Dalí de nuestro tiempo) donde la duda es la mejor aliada, me refiero a la duda sobre la realidad, o para precisar: la interpretación de la realidad, que al final no sabemos (y disfrutamos como enanos) de si aquello es construcción o deconstrucción, a la manera de Paul de Man y su autobiografía como desfiguración.
La entrevista como desfiguración. (Y como género literario.)
Vila-Matas está allí, pero también está fuera de allí. Aunque diría que sigue acertando y comportándose con total honestidad con respecto a la problemática del escritor y del lector, a sus irónicos quebraderos de cabeza, a su monstruosidad. A la manera de la teoría o crítica literaria tal como es entendida desde el siglo XX y de la que yo misma fui alumna con Jordi Llovet y Nora Catelli.


Sabemos que el estilo de Vila-Matas es en parte explicar en qué consiste su estilo, hacerlo explícito, o lo que es lo mismo: leer a Vila-Matas es leer las instrucciones para leer a Vila-Matas. Pero la impresión al leer Fuera de aquí fue la de no saber si el hecho de explicar no responde también a que los lectores vilamatianos (los metalectores) parece que escasean. Ambos puntos de vista se complementan y podrían ser ciertos, me digo. El lector ha desaparecido, también, diluyéndose. Al igual que el autor, el lector está en peligro (dijo Piglia y lo metió en un libro). Se ha desfigurado y entorpecido, de modo que pareciera que no tiene más remedio que darle una palmadita de ánimo y explicarle con claridad eso que hace al escribir, su sistema de creación, explicar en qué consiste el estilo Vila-Matas al pobrecito lector.

Hace un tiempo escuché decir al editor de Copi (al que, por cierto, el que nos ocupa tradujo), que sin duda Copi debía su grandeza sobre todo a la fortuna de haber tenido buenos lectores, excelentes lectores. Pareciera que Vila-Matas no se fía de quien se acerca, no encuentra al lector que, sin ayuda, sepa descifrar lo que hay que descifrar, o más bien se aprovecha y hace literatura de ese desencuentro.







"¿Narrativa normal? ¿Cómo interpretar algo así? ¿Narrativa que no marea la perdiz y toma la línea recta para contar algo? Creo que detrás de la división bolañesca se esconde un conflicto entre el impulso antiintelectual de la cultura de masas que no ha parado de crear monstruos y narradores sencillos —toda esa serie incesante de escritores que se adaptan, que se someten a cierta tentación analfabeta y se presentan ante los lectores (para no asustar) como personas no intelectuales, alejadas de esa casta de gente que lo enrarece todo porque piensa demasiado— y el impulso de los que huyen de la narración lineal y conversan sobre libros y se interrogan acerca de cuestiones relacionadas con la realidad misma de la literatura, en busca siempre de nuevas formas que ayuden a encontrar la salida a tantas novelas decimonónicas y tantas obras vanguardistas mal copiadas: gente que ama la vieja oscuridad o dificultad en la construcción de historias, estilo Faulkner, o estilo Macedonio (Fernández), tanto da mientras se mantenga el espíritu de la complejidad y el laberinto." 


*

De tanto desaparecer, hasta el texto mismo tiende a borronarse, no por escasez sino por sobreabundancia. Por la falta de costumbre de imponerse. Porque, como dice Piglia, la gente mira al lado para que alguien diga si un texto es bueno. Por no saber caer en la cuneta, y no en la cuenta, errata que muchas veces dejaría tal cual. Digamos que la literatura del futuro puede que sobreviva en la cuneta. 
Hay un fragmento que me parece sumamente revelador:

"Habrá escritores escondidos que serán muy conscientes de que el éxito de su obra dependerá únicamente de la opinión que uno tenga sobre ella. 'Piensa bien de ti, y habrás ganado. Pierde tu autoestima, y estás perdido', se dirán para sí mismos. Y, dada la incultura que reinará en el mundo entero —peor aún que la actual, lo cual ya es decir—, se sentirán muy felices de haber sabido apartarse, de haber sabido situarse literalmente fuera de aquí."




lunes, 16 de diciembre de 2013

Antonio Di Benedetto o el relevo

Antonio Di Benedetto, Zama (1956), Madrid, Alfaguara (1992)
http://www.alfaguara.com/es/libro/zama/

Relectura y vuelta a caer, menos mal que sentada y de una sentada, en Zama, la historia de Diego de Zama, un leguleyo funcionario del virreinato del Plata, escrita con una prosa de estilo enrarecido, como si la rareza de una prosa templada y con pinceladas castizas y eufonía de obra de teatro fuese natural y del todo realista en el discurso de este señorito que poco a poco va perdiendo señoría y dignidad, que lo único que desea es escapar, si el ascenso llega, de esas tierras alejadas de la mano de Dios.

"Yo, en medio de toda la tierra de un Continente, que me resultaba invisible, aunque lo sentía en torno, como un paraíso desolado y excesivamente inmenso para mis piernas. Para nadie existía América, sino para mí; pero no existía sino en mis necesidades, en mis deseos y en mis temores." 

Contada en tres actos, porque no difiere mucho de una tragedia, la espera de Zama se va rarificando y contaminando de resignación a marchas forzadas en tres momentos distintos cada vez más sumergidos en algo kafkiano (por lo pesadillesco) y beckettiano (por lo irónico-absurdo), aunque de humor fiestero bastante cervantino.  

"Yo no quería decidir. / Quien escribe un libro, a veces, es capaz de acciones de desprendimiento. Yo presentía y anhelaba que Manuel Fernández, ese hombrecillo escritor de libros, me permitiera salir sin cargas morales de aquel enredo. Él podía asumir el sacrificio."

Pesco satisfecha aunque posiblemente obsesionada cierta línea que identifico en Machado de Assís y que se extiende y desarrolla por esas latitudes y se releva hasta desflecarse, por ejemplo, en Levrero o Bolaño, o por ser más precisa: la línea que desarrolla el humor absurdo, la pasión sensual y de los celos, la inquietud y el delirio de persecusión, la paranoia y hasta la arbitrariedad de las reacciones, y se me antojó un intermediario y di con un relevo en mis baldas. 

"Comenzaba la tarde, pero tanto mal me había dado aquel día que me espantaba continuarlo. Sin embargo, no se puede renunciar a vivir medio día: o el resto de la eternidad o nada."





Decoro con un trozo de entrevista, porque parece fantasma desvanecido en la memoria de las letras; aparecido a veces, como ambrosía y celebración.  



"Me pregunté, no por qué vivía, sino por qué había vivido. Supuse que por la espera y quise saber si aún esperaba algo. Me pareció que sí. / Siempre se espera más."

lunes, 9 de diciembre de 2013

Mario Levrero o la meditación caligráfica

Mario Levrero, El discurso vacío, Barcelona, Caballo de Troya (2007)
http://www.megustaleer.com/ficha/CT94128/el-discurso-vacio

El intento por no hablar de nada en concreto, como una especie de meditación, es decir, dejar que los pensamientos fluyan sin detenerse en ninguno y seguir atento a la respiración. Lo mismo hace Levrero en este diario: se propone evitar la narración para prestar atención únicamente a la letra, a cómo la letra se dibuja en la página, a la dificultad para dibujarla, a cómo la mano se apresura a terminar de llenar la hoja cuando queda poco para completarla, y eso no está bien, dice, porque al darse prisa se está adelantando a los acontecimientos, y de lo que se trata es de conseguir escribir con la mente en blanco: concentrarse únicamente en la caligrafía.

El discurso vacío es algo así como un diario cotidiano (en la línea que desarrollará más tarde en La novela luminosa) sobre cómo la caligrafía determina la temática y cómo se consigue, acostumbrado a narrar, luchar para dejar de hacerlo.

Comienza el diario con el siguiente planteamiento: si existen estudios caligráficos que ponen de manifiesto la personalidad de quien escribre, ¿qué pasaría si cambiamos la caligrafía, cambiaría nuestra personalidad?

¿La caligrafía determinará también el estilo? Por no narrar, Levrero acude a describir: así conocemos los movimientos del perro, que junto a la atención del dibujo de la letra, se transforma en el protagonista del libro. No escondo que enseguida sentí por él cierta simpatía, quizá por traerme a la memoria al que fuera mi propio perro, y también porque dicen que las mascotas, como la caligrafía, se parecen a sus dueños.
(Apunte: averiguar si existe algún estudio comparativo entre aquellos autores que por lo general narran sobre perros y los que suelen tirar hacia los gatos, y si además a alguien se le ha ocurrido detectar rasgos comunes entre los más sofisticados adoradores de mariposas, pájaros, peces, reptiles e incluso plantas de todo tipo. Servirse de antologías para la tarea. Yo imagino una antología sobre perros que siga esta línea: Cervantes, "El coloquio de los perros"; Kafka, "Investigaciones de un perro"; Bulgákov, Corazón de perro; Bioy Casares, De cara al sol; Auster, Tombuctú; Levrero, El discurso vacío o "Los carros de fuego", que empieza por gato y termina en perro; Askildsen, "Allí está enterrado el perro", "Los perros de Tesalónica", o cualquiera de Askildsen, porque todos se comportan como perros; etc. Seguramente me dejo un montón de perros, por olvido o desconocimiento; de todos modos ya es una colección algo larga para un solo tomo, larga y hasta quizá poco rentable, pero tonificante.)

"La gente suele incluso decirme: 'Ahí tiene un argumento para una de sus novelas', como si yo anduviera a la pesca de argumentos para novelas y no a la pesca de mí mismo.  Si escribo es para recordar, para despertar el alma dormida, olvidar el seso y descubrir sus caminos secretos; mis narraciones son en su mayoría trozos de la memoria del alma, y no invenciones."






lunes, 2 de diciembre de 2013

Lo proustiano: José Donoso y Alan Pauls



Marcel Proust, Sobre la lectura,
traducción de Manuel Arranz,
Valencia, Pre-textos (2002)
Dice Marcel Proust en Sobre la lectura que una de las grandes cualidades de los bellos libros es eso que el autor llamaría "conclusiones" pero que para el lector se transforman en "incitaciones". Y se explica: "Somos conscientes de que nuestra sabiduría empieza donde la del autor termina, y quisiéramos que nos dieran respuestas cuando todo lo que pueden hacer por nosotros es excitar nuestros deseos".

Acto seguido evocamos la lectura de En busca del tiempo perdido recordando cuál fue el deseo que nos produjo: revivimos el lugar, el tiempo que hacía fuera, el paisaje en la ventana, las interrupciones deliberadas o ajenas, algunos momentos-bostezo entremezclados con el deleite en recorrer esas frases tan largas y subordinadas, en las que el protagonismo de detalles insignificantes, gestos mínimos y elementos cotidianos (¡una madalena!) pueden desencadenar innumerables hilos narrativos y situacionales... 

Cada uno sabrá dar forma a eso que la madalena ha evocado en nosotros, o si vamos más lejos, si hemos sido capaces de encontrar una madalena para nosotros, si hemos extrapolado eso que en Proust es madalena y en nosotros vaya uno a saber qué, cómo y sobre todo cuándo, porque está por ver si eso que en Proust es madalena se materializará (o no) en nosotros como el objeto que ha despertado nuestra evocación, con la misma entidad que esa madalena cuando el tiempo haya pasado y tengamos una perspectiva que nos permita recuperar una vida entera, y entonces nos demos cuenta de que no hemos hecho más que perder el tiempo. ¡Cuánto tiempo perdido!, nos diremos si resulta que no hemos conseguido dar con algo parecido a esa madalena. 

Pero no quiero hablar o sobre todo especular sobre el deseo que la lectura de la serie completa ha incitado en mí, de mi suerte al leer la serie completa (no voy a fanfarronear de haber cobrado por espacios), sino de dos lecturas que extrajeron de allí digno impulso creativo y del todo deseoso:


José Donoso, Mascarada,
México, FCE (2006)
José Donoso construye un homenaje y a la vez una parodia en "El tiempo perdido", una novela corta en la que se nos cuenta la última noche de un joven que está a punto de viajar a París con una beca. Donoso acierta al narrarnos las peripecias con una voz à la Proust, donde los personajes se identifican con cada uno de los personajes de la celebrada novela, pero sobre todo da en la diana cuando intercala los diálogos entre los personajes, porque las palabras que ellos dicen no están teñidas del estilo del narrador. Todo aquello tan proustiano se cae de un plumazo y se evidencia el hechizo. Es novela irónica y estimulante, y por lo demás aborda con humor el tema de la mitomanía de lo que significa Europa para los sudamericanos y su consiguiente sensación de decepción: el París que el joven se encuentra no se parece en nada al leído.


Alan Pauls, Historia del dinero,
Barcelona, Anagrama (2013)
Otro caso, aunque diferente, es el de Alan Pauls: impecable reformulación de la proustinfluencia en su prosa, deseo de madalena que es deseo de escribir, y no hablo de deseo exclusivamente porque justo (ay, casualidad) se trate de uno de esos escritores que se deja desear, sino porque aborda desde el placer y el gozo el oficio de juntar palabras. Historia del dinero es la última parte de una trilogía que busca indagar y contarnos los años setenta en Argentina a partir de aquello cotidiano y por ello transparente (si es que se puede decir del dinero que es transparente), aquello que se ha dejado de lado al narrar la década donde lo político se inmiscuye en cada hueco. Trilogía que es, de un modo diría que explícito, una recherche de todo aquello perdido: los setenta vistos desde tres ángulos poco habituales y sumamente cotidianos.

Vidas de clase media en las que el dinero importa: el dinero es madalena para muchos de nosotros; un billete perdido puede hacernos desfallecer de búsqueda: tener algo de dinero, ni mucho ni poco, nos alerta de que podemos perderlo.

Dice el mismo Pauls (con ese aire un poco histérico y refinado) que no es más que una novela porno sobre el dinero: el billete obsceno, explícito, en todas partes, en cada escena, en todas las relaciones.
Detengámonos un momento: casi un espejo de la realidad.

Aquí dejo un vídeo donde explica, con su humor característico, en qué consiste Historia del dinero: